lunes, 21 de septiembre de 2009

Una niña rubia, la niña más hermosa con que el canon occidental nos pueda deleitar, se esconde tiernamente en un terraplén de flores. La pradera, alta, casi abstracta de belleza, y lejana. Pero palpable en la esperanza de nuestros corazones. Élla ríe divertida observando
un colibrí que parece revolotear cómplice. Su sonrisa, la sonrisa de la infanta, derrite montañas, y le da a la inocencia un nuevo significado, más potente, más puro y altivo. El colibrí ahora escapa en su carrera armónica y zigzagueante que, aunque indiferente, parece invitar a el más hermoso de los juegos. Entonces la niña divertida se levanta también, y con toda la fuerza de sus piernitas sale disparada detrás de ese pedacito de sueño, de esa estrellita fugaz inquieta… la carrera más hermosa imaginable.
Una pata gigante entra en cuadro y aplasta a la niña.


TEATRO COSMOGONICO