martes, 24 de marzo de 2009
domingo, 22 de marzo de 2009
Cuando mamá llora, llora el mundo, tal es mi concepción.
Es la imagen más violenta de la que se tiene conocimiento hasta el presente: desata, descomprime, libera, estruja y potencia sentimientos tan simples y profundos, que los hombres no han sabido encontrarles definición todavía. Hay un acto de soberbia más grande que el de pretender ponerle nombre a los sentimientos? El de osar ubicarlos dentro de un marco controlable, descriptible, criticable?
Mil colores tiene la venganza, y cuando el mundo logre hacer llorar a mi madre nuevamente, usaré todos y cada uno en su contra, y todavía nuevos.
Es la imagen más violenta de la que se tiene conocimiento hasta el presente: desata, descomprime, libera, estruja y potencia sentimientos tan simples y profundos, que los hombres no han sabido encontrarles definición todavía. Hay un acto de soberbia más grande que el de pretender ponerle nombre a los sentimientos? El de osar ubicarlos dentro de un marco controlable, descriptible, criticable?
Mil colores tiene la venganza, y cuando el mundo logre hacer llorar a mi madre nuevamente, usaré todos y cada uno en su contra, y todavía nuevos.
El Valor de la Imagen (Por Claudio Tornese)
Existen ciertos recovecos en las imágenes en las que si uno es un observador despierto hasta puede cambiar el curso de las cosas.
Cierta tarde me di cuenta que las tardes pocas veces son interesantes para iniciar un relato. Pongamos en duda el relato entonces tal como lo conocemos y sus leyes arbitrarias que en este caso son mías. “Pongamosme” en duda a mí como escritor entonces porque tal vez quien lea en realidad no lo hace; o los que le informaron sobre como era el arte de leer en realidad mentían al decirle que se asigna un significado a tal o cual figura en tal o cual soporte y se decodifica por elevación. Usted, le aseguro, solo estará leyendo cuando de mí se olvide y entonces no necesitará leerme, sino que enarbolará una serie y/o sucesión de imágenes de la cual escapará temeroso simplemente porque al principio siempre es así (insisto que el todavía-lector note la arbitrariedad de mis afirmaciones) Entonces volverá a tomar un soporte con su codificación correspondiente y se sumirá en la lectura, y se aburrirá. Porque quien vio una imagen, una sola imagen de esas que nunca pensó que podía imaginar, quiere volver a ver otra, a crear otra. No le digo que va a hacer luego, como sí hice mas arriba, porque no lo sé. Pero le advierto que cerrar los ojos y hacer fuerza no ayuda mucho, pero es un comienzo.
Cuando apareció un elefante en el living yo tenía 4 años, y mi perro se transformó en un palo de madera con un clavo en la punta. Una vecina que siempre vivió en casa, había escrito en las paredes, con mierda: “continuara”. Y yo esa tarde me sentía mal porque un riñón se me había escapado por el hueco de las uñas de la mano central. El elefante sabía leer y un ojo le crecía en forma constante, escapando de la trinchera ocular, disparando lágrimas y gritando contra la represión de los sentimientos. Sus nobles ideales llegaron tarde (como toda lagrima), porque yo ya le había pegado al elefante con el perro que todavía ladraba. La vecina permanecía inmóvil pero a su rostro se le habían borrado las facciones, era una cabeza lisa. Nada más aterrador pensé. Pero luego volví a las paredes en donde decía “continuara” con mierda, nada más aterrador pensé. Pero por luego recordé que un riñón se me había fugado por el hueco de las uñas de una mano y ahí si me acobardé y escapé temeroso.
Pero al principio siempre es así…
Cierta tarde me di cuenta que las tardes pocas veces son interesantes para iniciar un relato. Pongamos en duda el relato entonces tal como lo conocemos y sus leyes arbitrarias que en este caso son mías. “Pongamosme” en duda a mí como escritor entonces porque tal vez quien lea en realidad no lo hace; o los que le informaron sobre como era el arte de leer en realidad mentían al decirle que se asigna un significado a tal o cual figura en tal o cual soporte y se decodifica por elevación. Usted, le aseguro, solo estará leyendo cuando de mí se olvide y entonces no necesitará leerme, sino que enarbolará una serie y/o sucesión de imágenes de la cual escapará temeroso simplemente porque al principio siempre es así (insisto que el todavía-lector note la arbitrariedad de mis afirmaciones) Entonces volverá a tomar un soporte con su codificación correspondiente y se sumirá en la lectura, y se aburrirá. Porque quien vio una imagen, una sola imagen de esas que nunca pensó que podía imaginar, quiere volver a ver otra, a crear otra. No le digo que va a hacer luego, como sí hice mas arriba, porque no lo sé. Pero le advierto que cerrar los ojos y hacer fuerza no ayuda mucho, pero es un comienzo.
Cuando apareció un elefante en el living yo tenía 4 años, y mi perro se transformó en un palo de madera con un clavo en la punta. Una vecina que siempre vivió en casa, había escrito en las paredes, con mierda: “continuara”. Y yo esa tarde me sentía mal porque un riñón se me había escapado por el hueco de las uñas de la mano central. El elefante sabía leer y un ojo le crecía en forma constante, escapando de la trinchera ocular, disparando lágrimas y gritando contra la represión de los sentimientos. Sus nobles ideales llegaron tarde (como toda lagrima), porque yo ya le había pegado al elefante con el perro que todavía ladraba. La vecina permanecía inmóvil pero a su rostro se le habían borrado las facciones, era una cabeza lisa. Nada más aterrador pensé. Pero luego volví a las paredes en donde decía “continuara” con mierda, nada más aterrador pensé. Pero por luego recordé que un riñón se me había fugado por el hueco de las uñas de una mano y ahí si me acobardé y escapé temeroso.
Pero al principio siempre es así…
sábado, 21 de marzo de 2009
Sobre lo que no se quiere ver (Por Lucas Ablanedo)
Sobre lo que no se quiere ver
Pobre hombre anulado que no se permite ver más allá de lo que le dicen sus ojos, lástima que sus ojos hace años que no le dirigen la palabra, se pelearon hace mucho y ya no recuerdan porqué. Así, sus ojos permanecen mudos como un eremita en la soledad de las montañas, ojos que no dicen nada, se dejan ver, pero no se dejan llegar, se corren, evitan, no se dejan conocer, viven quien sabe donde, muy lejos, se mudaron hace mucho y dejaron dos cáscaras de algún retoño que alguna vez floreció pero se secó hace tiempo. Habla con la imagen de su espejo, porque está convencido de que no es él, así se desconoce. Su piel parece pesarle, cuelga, como si quisiera caerse de su cara y encontrar en los huesos el lugar donde se esconde. El tiempo arrugó sus manos de tanto usarlas y ahora han quedado inservibles. Se toca, pero no se siente, no sabe si se toca a él o a alguien que está cerca suyo. No entiende porque esos ojos que no hablan a veces se llenan tanto de agua que comienzan a rebalzar y le mojan la alfombra. Una vez escuchó hablar de la tristeza y pidió por favor que jamás se la presenten. Se alegró durante mucho tiempo de no haberla conocido, hasta que se dio cuenta que se había escuchado a él mismo y que en realidad nunca había conocido otra cosa que no fuera la tristeza, porque era tan parte de él como sus ojos que no hablaban, como su piel que le pesaba y como su imagen del espejo, que ignoraba
lunes, 2 de marzo de 2009
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