Existen ciertos recovecos en las imágenes en las que si uno es un observador despierto hasta puede cambiar el curso de las cosas.
Cierta tarde me di cuenta que las tardes pocas veces son interesantes para iniciar un relato. Pongamos en duda el relato entonces tal como lo conocemos y sus leyes arbitrarias que en este caso son mías. “Pongamosme” en duda a mí como escritor entonces porque tal vez quien lea en realidad no lo hace; o los que le informaron sobre como era el arte de leer en realidad mentían al decirle que se asigna un significado a tal o cual figura en tal o cual soporte y se decodifica por elevación. Usted, le aseguro, solo estará leyendo cuando de mí se olvide y entonces no necesitará leerme, sino que enarbolará una serie y/o sucesión de imágenes de la cual escapará temeroso simplemente porque al principio siempre es así (insisto que el todavía-lector note la arbitrariedad de mis afirmaciones) Entonces volverá a tomar un soporte con su codificación correspondiente y se sumirá en la lectura, y se aburrirá. Porque quien vio una imagen, una sola imagen de esas que nunca pensó que podía imaginar, quiere volver a ver otra, a crear otra. No le digo que va a hacer luego, como sí hice mas arriba, porque no lo sé. Pero le advierto que cerrar los ojos y hacer fuerza no ayuda mucho, pero es un comienzo.
Cuando apareció un elefante en el living yo tenía 4 años, y mi perro se transformó en un palo de madera con un clavo en la punta. Una vecina que siempre vivió en casa, había escrito en las paredes, con mierda: “continuara”. Y yo esa tarde me sentía mal porque un riñón se me había escapado por el hueco de las uñas de la mano central. El elefante sabía leer y un ojo le crecía en forma constante, escapando de la trinchera ocular, disparando lágrimas y gritando contra la represión de los sentimientos. Sus nobles ideales llegaron tarde (como toda lagrima), porque yo ya le había pegado al elefante con el perro que todavía ladraba. La vecina permanecía inmóvil pero a su rostro se le habían borrado las facciones, era una cabeza lisa. Nada más aterrador pensé. Pero luego volví a las paredes en donde decía “continuara” con mierda, nada más aterrador pensé. Pero por luego recordé que un riñón se me había fugado por el hueco de las uñas de una mano y ahí si me acobardé y escapé temeroso.
Pero al principio siempre es así…
Cierta tarde me di cuenta que las tardes pocas veces son interesantes para iniciar un relato. Pongamos en duda el relato entonces tal como lo conocemos y sus leyes arbitrarias que en este caso son mías. “Pongamosme” en duda a mí como escritor entonces porque tal vez quien lea en realidad no lo hace; o los que le informaron sobre como era el arte de leer en realidad mentían al decirle que se asigna un significado a tal o cual figura en tal o cual soporte y se decodifica por elevación. Usted, le aseguro, solo estará leyendo cuando de mí se olvide y entonces no necesitará leerme, sino que enarbolará una serie y/o sucesión de imágenes de la cual escapará temeroso simplemente porque al principio siempre es así (insisto que el todavía-lector note la arbitrariedad de mis afirmaciones) Entonces volverá a tomar un soporte con su codificación correspondiente y se sumirá en la lectura, y se aburrirá. Porque quien vio una imagen, una sola imagen de esas que nunca pensó que podía imaginar, quiere volver a ver otra, a crear otra. No le digo que va a hacer luego, como sí hice mas arriba, porque no lo sé. Pero le advierto que cerrar los ojos y hacer fuerza no ayuda mucho, pero es un comienzo.
Cuando apareció un elefante en el living yo tenía 4 años, y mi perro se transformó en un palo de madera con un clavo en la punta. Una vecina que siempre vivió en casa, había escrito en las paredes, con mierda: “continuara”. Y yo esa tarde me sentía mal porque un riñón se me había escapado por el hueco de las uñas de la mano central. El elefante sabía leer y un ojo le crecía en forma constante, escapando de la trinchera ocular, disparando lágrimas y gritando contra la represión de los sentimientos. Sus nobles ideales llegaron tarde (como toda lagrima), porque yo ya le había pegado al elefante con el perro que todavía ladraba. La vecina permanecía inmóvil pero a su rostro se le habían borrado las facciones, era una cabeza lisa. Nada más aterrador pensé. Pero luego volví a las paredes en donde decía “continuara” con mierda, nada más aterrador pensé. Pero por luego recordé que un riñón se me había fugado por el hueco de las uñas de una mano y ahí si me acobardé y escapé temeroso.
Pero al principio siempre es así…
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