Un huevo frito Cowboy me disparó con yema caliente y tuve que improvisar un escape entre las papas fritas. La llanura de la mesa seguía hasta donde daba la vista por lo que escapaba pero sin línea en el horizonte, y me detuve a pensar en esa contradicción. Entonces gire sobre mis pies quedando nuevamente frente al huevo frito cowboy que se me venia encima a todo tropel dandolé rebencazos una la milanesa de carne de caballo. La situación era crítica y el final era inminente por lo que había que actuar rápido y bien: me puse a cantar el himno nacional de Argelia.
No se cual fue el impacto que me tumbó primero, si los tiros de yema o el topetazo de la milanga de caballo, creo que fueron los dos juntos, pero salí despedido sin conciliación obligatoria ni nada unos cuantos metros sobre el nivel de la mesa. Y ahí me quedé sobre un banco de aire entumecido casi sin poder moverme. Sentí de repente un dolor agudo en la espalda, como si me hubieran abierto dos grietas en forma transversal, una al lado de la otra. Giré en mi angustia para ver de que color eran las alas que me estaban creciendo, pero no había nada, solo era dolor intenso. Entonces maldije con todas mis fuerzas ¿Por qué si un huevo frito cowboy me disparaba a mansalva a mi no me podían crecer alas? Maldije tanto que apareció el diablo para pedirme un poco de mesura. Pero yo no podía volver a hablar con él, no después de los incendios. No terminamos bien.
El huevo seguía caliente y me insultaba desde abajo, por lo que, indignado, cambie dolor por bronca y gimoteo por venganza. Mi posición era estratégicamente mejor que la de mi adversario dada la superioridad espacial. Sus balas de yema no llegaban hasta mi banco de aire, sí lo hacia mi orina hasta su posición, por lo que cabalgó para refugiarse de mi ataque pero un río de Coca Cola Light lo obligó a detener su marcha. Bien sabía yo que no tendría otra oportunidad como esa para acabar con el huevo, podría seguir con mi formal agravio y obligarlo a sortear el río burbujeante y que el enemigo sucumba en él. Todo meo tiene un fin, por lo que apuré el desenlace. El huevo acorralado miró en derredor, regalo una ultima mirada al paisaje de la cocina a sus espaldas y se adentro en el río. El paso medido de la milanesa tratando de hacer pie duro solo unos segundos, un mal apoyo la volteó y el jinete se separó de su caballo.
No tardaron en desaparecer ambos dos de la superficie del río y dejarse vencer por las corrientes caudalosas la Coca Cola Light. Y una sensación de satisfacción en mi semblante. Y el recuperado sabor del pan y del vino. Y mi nueva vida en el banco de aire, donde Flash Gordon vino a visitarme.
No se cual fue el impacto que me tumbó primero, si los tiros de yema o el topetazo de la milanga de caballo, creo que fueron los dos juntos, pero salí despedido sin conciliación obligatoria ni nada unos cuantos metros sobre el nivel de la mesa. Y ahí me quedé sobre un banco de aire entumecido casi sin poder moverme. Sentí de repente un dolor agudo en la espalda, como si me hubieran abierto dos grietas en forma transversal, una al lado de la otra. Giré en mi angustia para ver de que color eran las alas que me estaban creciendo, pero no había nada, solo era dolor intenso. Entonces maldije con todas mis fuerzas ¿Por qué si un huevo frito cowboy me disparaba a mansalva a mi no me podían crecer alas? Maldije tanto que apareció el diablo para pedirme un poco de mesura. Pero yo no podía volver a hablar con él, no después de los incendios. No terminamos bien.
El huevo seguía caliente y me insultaba desde abajo, por lo que, indignado, cambie dolor por bronca y gimoteo por venganza. Mi posición era estratégicamente mejor que la de mi adversario dada la superioridad espacial. Sus balas de yema no llegaban hasta mi banco de aire, sí lo hacia mi orina hasta su posición, por lo que cabalgó para refugiarse de mi ataque pero un río de Coca Cola Light lo obligó a detener su marcha. Bien sabía yo que no tendría otra oportunidad como esa para acabar con el huevo, podría seguir con mi formal agravio y obligarlo a sortear el río burbujeante y que el enemigo sucumba en él. Todo meo tiene un fin, por lo que apuré el desenlace. El huevo acorralado miró en derredor, regalo una ultima mirada al paisaje de la cocina a sus espaldas y se adentro en el río. El paso medido de la milanesa tratando de hacer pie duro solo unos segundos, un mal apoyo la volteó y el jinete se separó de su caballo.
No tardaron en desaparecer ambos dos de la superficie del río y dejarse vencer por las corrientes caudalosas la Coca Cola Light. Y una sensación de satisfacción en mi semblante. Y el recuperado sabor del pan y del vino. Y mi nueva vida en el banco de aire, donde Flash Gordon vino a visitarme.
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